
Artículo de opinión por Miguel Alcázar. Vecino del Barrio de Doña Carlota
Fue en los primeros indicios de la pandemia, a principios de 2020, cuando leí un artículo en la prensa que me llamó profundamente la atención. Refería un encuentro que el alcalde de Nueva York había organizado con las grandes empresas tecnológicas. El motivo para ese encuentro era ver de qué manera podía abordarse, en la gestión de las administraciones públicas, un problema que podríamos considerar trascendental: el que “las personas somos seres biológicamente peligrosos”, y la tecnología podría ayudar a resolver ese problema. Toda una declaración de principios el despojar a lo humano de su cualidad fundamental, la de ser seres sociales que construyen su vida y se construyen a sí mismos en su relación con el Otro. Ese reduccionismo de lo humano a lo puramente biológico es la condición necesaria para dejar al sujeto, solo, aislado, en lucha con el mundo y para construir el sistema de valores sociales que nos acompaña, en el que la competitividad, el individualismo, la búsqueda ciega del éxito social como referente, la rentabilidad económica de nuestros actos y decisiones, el culto al cuerpo, la juventud como modelo…, son algunos de sus ejes fundamentales. Así, el Otro está ausente salvo como competidor.
El desarrollo posterior de la pandemia y las múltiples medidas adoptadas en la gestión de lo público (y de lo privado) han ido respondiendo a esa lógica de sustitución de lo humano por lo digital. Ese valor perverso de lo humano ha supuesto, en la práctica, un empujón fundamental en los procesos de privatización de lo público y en los servicios de información y de atención a la ciudadanía. También en los recortes de plantillas en las empresas que van sustituyendo la mano de obra por la robotización, precarizando, poco a poco, las condiciones de vida de la gente. El sacrosanto mercado y sus beneficios como valor supremo e incuestionable. El deterioro de las condiciones de vida de la gente no es otra cosa que dolorosos, e inevitables, daños colaterales.
La Rentabilidad de la Pandemia.
Uno de los sectores económicos en los que más se ha dejado notar la digitalización y la pérdida de empleos ha sido en la banca, que está teniendo importantes procesos de concentración y cierres de oficinas bancarias, y al hilo de la pandemia la reducción de horarios para la atención al público, abandonando la atención personalizada a sus clientes. Por supuesto, el colectivo al que más está afectando este maltrato es el de las personas más mayores debido a su escasa formación en nuevas tecnologías e internet. Es lo que se ha dado en llamar la brecha digital, un concepto que está teniendo un contenido muy preciso: acoplar a las personas mayores a las necesidades de los bancos. También en las Administraciones Públicas se está dando este proceso de sustitución de la atención personal por procesos digitalizados en los que muy a menudo las gestiones que se necesitan hacer acaban en frustración ante la imposibilidad de resolverlas, o de poder hablar con una persona física que recoja tus demandas o dudas
Sin embargo, en el caso de los bancos se hace necesario contextualizar las circunstancias en las que se están dando estos cambios, y también es necesario ponerle números a la rentabilidad de la pandemia.
Solo los 5 bancos más grandes, en el IBEX 35 (BBVA, Santander, Caixa Bank, Sabadell y Bankinter) han tenido unos beneficios históricos de 20.000 millones de euros en 2021. Unos beneficios que suponen un incremento de más del 46% en los beneficios respecto de 2019. Al mismo tiempo la política de concentración bancaria y de reducción de oficinas ha originado la pérdida de 16.000 empleos. (Público, 4/feb/22)
Con estos datos en la mano, y sin meternos a analizar el rescate bancario de 64.000 millones de euros de dinero público en 2019, y que permitieron jugosos repartos de dividendos entre los accionistas, parecería razonable pedir a los bancos que atiendan de manera adecuada a las personas más mayores que tienen dificultades de accesibilidad a internet. No olvidemos que se trata de un colectivo que proviene de una cultura social en la que primaba la ética personal, los contratos o compromisos adquiridos se cerraban con un apretón de manos y una mirada a los ojos, y vivir sin dignidad, ser deshonrado o gozar de poca estima social eran de los mayores males que les podía ocurrir. Negarles el contacto humano y sustituirlo por el digital, más aún después de lo sufrido con la pandemia, resultaría cruel porque sería ahondar en la herida de la exclusión y del apartamiento social. Que su acceso a internet y su formación en nuevas tecnologías surjan del disfrute y no de la obligación, que les sirva para realizar video llamadas a familiares lejanos o que descubran la inmensidad de información que pueden encontrar, pero no, nunca para acoplarse a las exigencias de unos bancos sin alma y sin conciencia social. La solución al problema de la llamada brecha digital tiene que venir, necesariamente, de los bancos (y de las administraciones públicas), en forma de personas con las que poder hablar.
Miguel Alcázar
Marzo 2022